viernes, 9 de octubre de 2009

Ciclo "Julio Cortazar en el cine" en el C.A.M de Madrid.

Blow-up, de Michelangelo Antonioni, basada en el cuento “Las babas del diablo” de Julio Cortázar; de 1966.

Mucho se ha hablado de esta película tanto como un referente en la cinematografía mundial, como de la manera en la que su director aborda la adaptación cinematográfica del relato literario original. Incluso mucho se ha hablado de cómo el relato literario, ya desde su inicio, ya prefiguraba la problemática central de su abordaje: “Nunca se sabrá cómo hay que contar esto, si en primera persona o en segunda, usando la tercera del plural o inventando continuamente formas que no servirán de nada. Sin embargo, estas líneas no serán otro ejemplo de ello.
Hay una intención, más o menos manifiesta o explicita a la hora de adaptar a Cortázar. Sin importar demasiado el tema, el contexto histórico, el lenguaje utilizado para su adaptación, siempre se trata de algo así como captar el funcionamiento de un mecanismo. También se podría hacer mención a cómo leer o interpretar ciertas INSTRUCCIONES: para subir una escalera, para dar cuerda a un reloj, para recuperar el cabello.
Consultado por Joaquín Soler Serrano en aquellas míticas entrevistas de los años 70, sobre el mecanismo mediante el cual tanto el autor/narrador como la persona física, real, pasa casi imperceptiblemente de un relato de características realistas por decirlo pronto a uno de características fantásticas, el propio Cortázar desliza algo que podría venir en nuestro auxilio. Se trata justamente de la casi indiferenciación entre ese autor/narrador y la persona real. Inocencia, misterioso conocimiento, inconsciencia de esas leyes (pienso en Felisberto Hernández por ejemplo, en su “Explicación falsa de mis cuentos”; para el uruguayo, simplemente, en algún remoto rincón, crecía una planta), quizás atisbo de que todas sus narraciones surgen de una suerte de giro de llave muy simple: de esta manera está cerrado, y de esta otra abierto. Sea como fuere, simplemente se trata de una especie de ley inexorable (porque el universo cortazariano está atiborrado de leyes, de misteriosas leyes, aunque estas se cifren en poesía, (otra vez como en el caso de Hernández) de un estado particular de cosas para que éstas sucedan. Cortázar arguye vivir él mismo en un universo con esas características, el propio Cortázar es el primer testigo de los sucesos que más tarde serán el tejido inextricable de un cuento, o la descripción detallada de una acción cotidiana, simple y clara que al ser examinada desde su punto de vista particular o perspectiva-mundo se torna excepcional y complejamente oscura.
De modo que, más o menos manifiesto o explicito, todos han intentado dar con la combinación que hace posible ese pasaje, ese giro. Luego vendrán los análisis de cada film en particular, la manera de abordar ciertos tópicos, etc.
Cuando pensamos en dar cuerda a un reloj, en subir una escalera, no pensamos en ningún argumento del orden de lo fantástico; sin embargo, la forma en la que se ponen en marcha ciertos mecanismo para llevar a cabo dicha acción, la continuidad de acciones, simples, cotidianas, pero presentadas, examinadas casi a través de una lupa o un microscopio, son las que confieren al relato ese carácter.
Por lo tanto, para el caso de Blow up, antes de pensar en qué elementos el director conservó del relato literario original por ejemplo (el protagonista fotógrafo, la insustancialidad que rodea su vida, el móvil de intriga que mueve el relato) y cuáles no, es preciso empezar antes por algo que resulta clave desde el inicio; aquello que nos dispara, que nos pincha (a la manera de un punctum barthesiano), y esto es su título. De la misma forma, y por poner solo un ejemplo, como en “Una araña en el zapato” ya encontrábamos el germen de esa incomodidad, ese displacer que vendrá a manifestarse en el cuento, en “Las babas del diablo” encontramos lo propio. “Las babas del diablo” hace referencia a aquellos finísimos filamentos blancos, prácticamente invisibles que suelen colgar de las ramas de los árboles o habitar ciertos rincones a manera de telaraña -pues su consistencia es muy similar- y de los que nos percatamos una vez que éstos se adhieren a nuestro rostro. Esta cualidad guarda una estrecha relación con el procedimiento fotográfico, con las potencialidades que este ofrece como examinador de la realidad y sobre todo con la posibilidad de volver una y otra vez sobre una determinada imagen, de acercarnos, de aislar, de separar lo importante de lo superfluo, de recortar, etc.

La lucidez, como la verdad, se paga cara, se pega, a la cara.

U

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